El viaje es una oportunidad de conocer gentes, y el encuentro con ellas sería incompleto sin intercambio. Escuchando y observando de entrada, el viajero aprende a deshacerse de sus prejuicios y recibir otra cultura, ni mejor ni peor que la suya, simplemente diferente.

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Vista del lago Atitilán, rodeado de volcanes de más de 3.000 metros de altitud

Llegamos al aeropuerto y nos recibe la música de Enrique Iglesias. Estamos en Guatemala y no se oye la música caribeña que nos imaginábamos mientras volábamos hacia Centroamérica en un vuelo con escala en Atlanta. La globalización tiene estas cosas. Guatemala sólo ha empezado a sorprendernos. El sueño de viajar a Guatemala empieza a ser realidad.

Texto: Josep Maria Serra
Fotografías: Descubrir Tours y Araceli Aguilar

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Antigua conserva su encanto colonial (foto: Araceli Aguilar)

El traqueteo de la carretera que nos acerca a Antigua, la ciudad que dejó de ser capital para pasarle el testigo a Guatemala City, no nos dejará durante todo el viaje. En Guatemala el paisaje, la vegetación, las montañas, los volcanes o los lagos son algo excepcional, y las carreteras también. El hecho de que el país sea muy montañoso explica las carreteras tortuosas que, por otra parte, al no estar muy transitadas permiten un viaje contemplativo. Ya sea en vehículo particular o en transporte colectivo recorrer Guatemala se nos presenta como una experiencia única.

En Antigua las gentes andan pausadas, sin prisa, como de hecho sucede en todo el país donde sólo el viajero parece estar inquieto por llegar. Andando por las calles de Antigua rememoramos el pasado colonial de una ciudad que tras ser asolada por fuertes terremotos ha sabido renacer de sus ruinas y levantar sus iglesias y palacios para convertirse en uno de los grandes atractivos del país. Comemos unas fajitas de carne compradas en uno de los puestos callejeros. Los sentidos se nos han agudizado desde nuestra llegada. Los sabores y los olores son nuevos y, sin embargo, parece que nos hayan acompañado toda nuestra vida. La gastronomía nos gusta desde el primer momento, y pronto comprobamos que cada día que pasa nos parece más sabrosa.

Muñecas tradicionales en el mercado de Chichicastenango
Muñecas tradicionales en el mercado de Chichicastenango

Poco nos podemos imaginar lo que nos deparará el día siguiente, el gran mercado de Chichicastenango. A unos 150 kilómetros de la ciudad de Guatemala en esta población se celebra el mercado más importante del país. Es el mercado de los colores. Aquí comprobamos que el sentido de la vista también se nos ha agudizado. Centenares de vendedoras ataviadas con coloridas ropas ofrecen a los compradores todo tipo de productos, desde frutas y verduras a bolsos, telas, máscaras, carteritas, y todo, absolutamente todo, de mil colores.

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Una vendedora de telas de colores

Acostumbrados a viajar a países de los que desconocemos el idioma, poder hablar y compartir con las gentes del país nos parece algo maravilloso. Aunque en Guatemala se habla un gran número de lenguas de procedencia maya, la mayoría de las personas con las que nos topamos hablan en castellano lo que nos permite conocer experiencias y, como no, ejercitar el sentido del oído.

Si ya estamos enamorados de este país encantador -en el que a pesar de que nos habían avisado de su peligrosidad no hemos tenido ni un solo momento sensación de inquietud o peligro-, no esperamos lo que no se nos avecina: el lago de Atitlán. Rodeado de los volcanes Atitlán, Tolimán y San Pedro, así como de encantadores pueblos, recorremos sus aguas en una pequeña embarcación. Toda la orilla está repleta de vegetación y los volcanes se alzan majestuosos hasta más de 3.000 metros de altitud. Allí en medio del lago, avanzando con el runrún del motor, nos sentimos pequeños, insignificantes, y más cuando el piloto nos comenta la profundidad del lago llega hasta los 350 metros.

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Un paseo en barca por el Río Dulce

El río Dulce es otro de estos lugares que nos quedan grabados en nuestra retina y que  nuestra memoria nos recordará mucho tiempo después. Se trata de una de las primeras áreas protegidas que se crearon en Guatemala. A lo largo de sus 7.200 hectáreas   encontramos diversos ecosistemas acuáticos y los famosos manglares. Sus aguas son el  hábitat del manatí, mamífero en peligro de extinción, así como de cocodrilos de la especie acutus.

Tras tanta agua a nuestro viaje le faltaba el fuego. Y así nos dirijimos al volcán de Pacaya. Activo desde hace 40 años, la prudencia de las autoridades impide el acceso hasta el cráter, pero un paseo de unas dos horas nos permite contemplar desde una posición de privilegio la erupción. Se cree que este volcán es el responsable de muchos de los terremotos que ha habido en Guatemala los últimos siglos.

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Visitar las ruinas mayas a primera hora supone el placer de hacerlo en solitud

Guatemala ha logrado sobrecogernos en pocos días, y eso que todavía no hemos visitado ninguna de las ruinas mayas que nos acabarán de enamorar y que se convertirán en uno de los grandes recuerdos que nos llevaremos a casa.

De buena mañana recorremos las ruinas de Copán, con sus jeroglíficos esculpidos en las escaleras, considerados como los más impresionantes monumentos de la época maya, o las  inscripciones jeroglíficas que decoran cada uno de los 63 monolitos (el texto maya más largo hasta ahora descubierto). El madrugar siempre es una ventaja para el viajero y a nosotros nos permite realizar una aproximación al mundo maya con una calma relativa. Si a ello sumamos que el clima nos acompaña cada día a pesar de las agoreras previsiones de huracanes, nuestro viaje no puede ser más agradable.

Para volver.

Reportaje elaborado a partir de una conversación con Araceli Aguilar, viajera.